lunes, 15 de febrero de 2010

Et daemon antelucanum tempus me osculabatur

La oscuridad que calla se ha enemistado

conmigo y son las vísceras de lo que era antes

lo único que veo.

Vuelo, desencantando mi fe en el tibio regazo

de quien aún no conozco.

Grito, en inhalo el incienso que arde, lenitivo

de lo que ya íntimo y a veces odio.

Es un eterno galimatías, una mano se acerca

a acariciar tercas mejillas y se antoja a cruel

juego de dudas que termina por yacer en mi

lecho.

Mientras son mis manos, las que son comidas

por las ratas, inútiles testigos de mi constante

perecer.

Es un dolor como juego ajeno y me escondo

de la ausencia que parece moverse desde

lejos...

Ya no insisto y me dejo caer buscando el beso

que no es mío, solo el lloriqueo infantil.

Son lágrimas que mueren, de las que nadie

sabe, con sonrisa tosca y unos mortecinos

parecen vomitar vítores hacia mi.

Descanso sobre mis heces para amanecer en

embeleso y en sendos desiertos leo mis venas

y enfrío mis brazos, es mi bailarina de cuerda

que sonríe y me embriaga con la peste de sus

ojos.

Siento el agua fría sobre mi piel, tiemblo y no

me percato solo de aquello, el ángel que me

escupe desde lejos su belleza es como me

despeño sobre mi esqueleto al cual me aferro

contemplando el secreto que se refleja en la

tarde y cuelga de tu seno. Será mi día

cuando hieda tu carne cruda y mi sombra la

sustente.