La oscuridad que calla se ha enemistado
conmigo y son las vísceras de lo que era antes
lo único que veo.
Vuelo, desencantando mi fe en el tibio regazo
de quien aún no conozco.
Grito, en inhalo el incienso que arde, lenitivo
de lo que ya íntimo y a veces odio.
Es un eterno galimatías, una mano se acerca
a acariciar tercas mejillas y se antoja a cruel
juego de dudas que termina por yacer en mi
lecho.
Mientras son mis manos, las que son comidas
por las ratas, inútiles testigos de mi constante
perecer.
Es un dolor como juego ajeno y me escondo
de la ausencia que parece moverse desde
lejos...
Ya no insisto y me dejo caer buscando el beso
que no es mío, solo el lloriqueo infantil.
Son lágrimas que mueren, de las que nadie
sabe, con sonrisa tosca y unos mortecinos
parecen vomitar vítores hacia mi.
Descanso sobre mis heces para amanecer en
embeleso y en sendos desiertos leo mis venas
y enfrío mis brazos, es mi bailarina de cuerda
que sonríe y me embriaga con la peste de sus
ojos.
Siento el agua fría sobre mi piel, tiemblo y no
me percato solo de aquello, el ángel que me
escupe desde lejos su belleza es como me
despeño sobre mi esqueleto al cual me aferro
contemplando el secreto que se refleja en la
tarde y cuelga de tu seno. Será mi día
cuando hieda tu carne cruda y mi sombra la
sustente.
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